domingo, 19 de octubre de 2014

EL BOMBO CERVECERO SIGUE LATIENDO EN MI PECHO

Por Wilber 97
Cuando tenía 13 años (allá por el año 1997) ya era miembro del EXTREMO CELESTE, época en la cual me consideraba un desadaptado social y emocionalmente desequilibrado, pues presentaba un ligamento con el SPORTING CRISTAL de mucha dependencia, la cual nunca se pudo ir, pues aún puedo sentir lo mismo que antes cuando pierde Cristal, pues se me viene el mundo abajo, no solamente ahora, de toda la vida, desde siempre.
Cuando Cristal perdía lloraba y lloro aún porque se siente así, cuando pierde Cristal no me aguanta nadie, me encierro en mi cuarto, no quiero hablar con nadie, me vuelvo loco, se me viene el mundo abajo, creo que es el fin del mundo, no puede haber nada peor a que pierda Cristal y más aún si es que perdemos con las gallinas.

Con el Extremo…
Volviendo al 97, recuerdo haber tenido un respeto y admiración a la gente encargada de tocar el bombo en el EXTREMO CELESTE, posición privilegiada y de radicalidad por ese entonces. Vi a muchos tocar el bombo, cada uno con un estilo y aguante diferente, así que comencé a trabajar en silencio y con huevos.

Con mi aliento incondicional comencé a ganarme respeto en la barra. Domingo a domingo, local o visitante, no había nada ni nadie que podría impedir que esté acompañando al Sporting. Así cada partido me colocaba más al medio de la barra y llegando así un día a cargar el bombo. Aquel domingo no le presté la más mínima atención al partido, solo cantaba las canciones y miraba fijamente como tocaban el bombo, como se hacían los cambios de ritmo, de canciones y todo lo demás, hasta que pensé “es lo que quiero y uno quiere y conoce lo que le gusta y apasiona”.


El bombo y yo…
Esperé pacientemente mi oportunidad y practiqué todos los días en la mesa de mi casa, en mi carpeta del colegio, en donde podía. Recuerdo un partido de 1998 en el viejo Estadio Nacional cuando en el minuto 82 del encuentro, Rolo -cansado de toda la faena del partido- miró a su alrededor buscando a alguien que podría reemplazarlo, entonces me vio que lo miraba y me dijo “¿sabes tocar?”. No la pensé, boté el cigarrillo de mis manos y cogí los mazos del bombo. Esa cercanía del bombo y yo fue letal, única e inmortal para mi vida.

El bombo en la barra va al compás de tu corazón y de las emociones de los demás, entonces no puedes arrugar nunca, mucho menos callarte, pues tus manos dan vida al bombo y tu voz la tiene que acompañar. Es así y así debe ser.

Hoy después de casi 16 años recordé ese momento, gracias Rolando Gomez por aquella oportunidad, uno nunca olvida.

EXTREMADAMENTE CELESTE
WILBER 97.

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